Uno de los más reconocidos neuropsiquiatras europeos, el doctor Boris Cyrulnik afirmó hace ya muchos años que el arte cura. No solo lo afirmó, sus terapias con arte y trabajo creativo curaron literalmente muchos trastornos depresivos de enfermos internados en hospitales psiquiatricos y redujo la medicación de muchos enfermos crónicos mejorando de un modo asombroso su calidad de vida. Crear es una terapia que está al alcande de todos, y debe estar también al alcance de nuestros pequeños que son héroes del ritmo desenfrenado al que se ven expuestos cada día en esta sociedad de consumo y estrés.
Cuando trabajas con niños en taller recuerdas lo aburridos que somos los adultos y lo repetitivos que somos en cuanto a conducta. Con los niños el dinamismo es el que manda y es su ritmo el que termina imponiéndose obligandote a adaptarte a lo que ellos están pidiendo. No hay nada como ver su creatividad innata, su capacidad única de aprendizaje, sus ganas de hacer cosas. Niños de apenas tres años interpretando a los grandes maestros del arte de un modo total y absolutamente sorprendente, libre, sin complejos ni prejuicios. Cuando el artista alcanza esta actitud es cuando el arte es supremo, novedoso, fresco, puro y rebosante de calidad en tan solo cuatro trazos y para mayor ejemplo ahí tenemos las preciosas obras de Klee que mejor que nadie supo aprender literalmente del mundo onírico que su hijo creaba en los dibujos, Egon Schiele o Chagall tan cercanos al mundo de los niños.
Cada vez que se acerca la fecha de impartir un taller de arte para niños me invade el nerviosismo de llegar a estar a la altura de los grandes genios que son los niños, tan propios, tan dignos y tan auténticos. Lo mejor es que siempre, siempre, un taller termina siendo diferente y único aunque desarrolles el mismo material.
martes, 1 de julio de 2008
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