martes, 1 de julio de 2008

Uno de los más reconocidos neuropsiquiatras europeos, el doctor Boris Cyrulnik afirmó hace ya muchos años que el arte cura. No solo lo afirmó, sus terapias con arte y trabajo creativo curaron literalmente muchos trastornos depresivos de enfermos internados en hospitales psiquiatricos y redujo la medicación de muchos enfermos crónicos mejorando de un modo asombroso su calidad de vida. Crear es una terapia que está al alcande de todos, y debe estar también al alcance de nuestros pequeños que son héroes del ritmo desenfrenado al que se ven expuestos cada día en esta sociedad de consumo y estrés.
Cuando trabajas con niños en taller recuerdas lo aburridos que somos los adultos y lo repetitivos que somos en cuanto a conducta. Con los niños el dinamismo es el que manda y es su ritmo el que termina imponiéndose obligandote a adaptarte a lo que ellos están pidiendo. No hay nada como ver su creatividad innata, su capacidad única de aprendizaje, sus ganas de hacer cosas. Niños de apenas tres años interpretando a los grandes maestros del arte de un modo total y absolutamente sorprendente, libre, sin complejos ni prejuicios. Cuando el artista alcanza esta actitud es cuando el arte es supremo, novedoso, fresco, puro y rebosante de calidad en tan solo cuatro trazos y para mayor ejemplo ahí tenemos las preciosas obras de Klee que mejor que nadie supo aprender literalmente del mundo onírico que su hijo creaba en los dibujos, Egon Schiele o Chagall tan cercanos al mundo de los niños.
Cada vez que se acerca la fecha de impartir un taller de arte para niños me invade el nerviosismo de llegar a estar a la altura de los grandes genios que son los niños, tan propios, tan dignos y tan auténticos. Lo mejor es que siempre, siempre, un taller termina siendo diferente y único aunque desarrolles el mismo material.

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